Quiero que me recuesten de lado, como una Musa, como una Diosa...

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y que mi mano izquierda se me acomode en la frente,

y la derecha en la mejilla, así; como pensando ya que estoy muerta.

 

No quiero caja,

prefiero yacer sobre una mesa de fiesta,

como un pastel de boda,

como una estatua de cristal;

erguida, delgada y paralizada,

en la mirada de todos los que se dan la vuelta.

 

Después, que me conviertan en ceniza,

que me incineren la piel y los huesos

hasta volverme una figura de arena,...

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y luego, que una suave brisa me sople de cerca

hasta llevarme por el mundo al que nunca viajé,

ni de ida ni de vuelta.

 

O… ¡no! Que no hagan nada con mi cuerpo.

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 ¡Que me dejen así!; solamente muerta,

como los perros que tiran a la orilla de la carretera,

esos que solo se inflan pero que perdonan

y luego se desintegran.

 

En fin… ¡Que no dejaré nota!

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Esperaré a ver qué ocurrencia les brota en el instante

cuando se den cuenta...

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Será divertido observar la carga

en que se convierte uno

para los que se la echan a cuestas.

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Lo que sí, moriré ligera; sin culpas ni deudas.

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Descansaré del peso de estar viva y,

procuraré regresar para castigar la maldad y la ira,

con un poco de mi alma negra

que juró vengarse cuando estuviera muerta.

 

Vengaré a los animales, a los árboles, al mar, ¡a la Tierra!

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¿Estremecedora? No.

 

La muerte será divertida...

¡Es más!; la ansío... ¡Me muero por estar muerta!

y poder hacer jugarretas a diestra y siniestra.

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