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Bailarinas viejas

  • Foto del escritor: Isis Bobadilla
    Isis Bobadilla
  • 9 dic 2017
  • 3 Min. de lectura

Cuando era muy joven frecuentaba mucho un lugar de nombre "Gitanerías". Generalmente iba con mis amigos de la escuela de teatro. Yo moría por estar en un tablao flamenco dando semejantes zapateados, ya que siempre relacioné este tipo de danza con la dramatización; pues es visceral y agresiva, fantástica, totalmente teatral. El lado oscuro era que algunos de los seguidores del flamenco eran invariablemente fanáticos de la tauromaquia, pero yo prefería ignorar tal relación.

Curiosamente me daba cuenta de que las bailaoras eran mujeres ya maduras, y cuando digo “muy maduras”, es porque ya pasaban de los 40 o 50 años de edad, pero eso sí, eran mujeres guapas y de un cuerpo impresionantemente fuerte.

Pasó el tiempo y no tuve la oportunidad de realizar mi sueño hasta que fui una persona de edad madura. Algo me decía: "¡Anda! ¡ya tienes la edad!" Entonces me acerqué a inscribirme a una academia de danza. Llegué muy confiada y segura pues siempre tuve bases de danza contemporánea y jazz, lecciones que todo actor debe tener por aquello de las obras de teatro musicales.

Al entrar a laoficina de la academia, la coordinadora me preguntó: “Señora… ¿Viene a inscribir a su hija?” Le sonreí molesta y le explique que yo era la que quería clases de flamenco y que ¡no tenía ninguna hija! Trató de convencerme de que mis intenciones eran una verdadera locura, ya que la danza flamenca requería de juventud, coordinación y mucha disciplina. Pude convencerla de que me dejara “probar”, aunque ella asumía que yo era un ama de casa buscando entretenimiento. Ese mismo día corrí a comprar mi falda negra y mis zapatos flamencos que atesoré como un diamante.

El día de mi primera clase, las alumnas del grupo, que tenían entre 14 y 18 años, me veían como un bicho raro, o más bien, una momia bastante atrevida. Yo me rascaba la cabeza tratando de encontrar aquella idea mía de antaño sobre que las bailaoras por alguna razón debían ser viejas y correosas, pero mi ánimo no decaía al ver la gordura de la profesora mientras ejecutaba sus pasos de sevillana. Las alumnas poco a poco dejaron de decirme “Señora” y por fin tuvimos algo de compañerismo a pesar de mi aspecto "senil".

Un año más tarde ya no quise seguir con mis clases caseras y decidí entrar a un verdadero grupo profesional de flamenco. Conocí a un profesor que tenía una trayectoria bastante interesante y además era director y coreógrafo de su propio grupo: “Temple y Fuego”. En este grupo era tal la disciplina y la neurosis del profesor, que me convertí en una bailaora profesional a fuerza de varazos en las pantorrillas, uno que otro grito y palabras bastante altisonantes.

Me sentí como pez en el agua, pues había bailaoras muy maduritas y realmente maravillosas en el escenario. Así que me integré y me convertí en una de ellas. Pude conocer mucho sobre flamenco; ritmos, conteos, pasos, modos e instrumentos. Descubrí que el cante y la danza flamenca, no tienen nada que ver con la tauromaquia. Fue tiempo después que España se lo adjudicó como muchas otras cosas, y estos ritmos fueron fusionados con algo de folclor que tomó aires de sus provincias.

El flamenco nació en Pakistán y fue llevado por largos senderos hasta llegar a los gitanos que adoptaron estos ritmos. Los esclavos se reunían a hacer música a escondidas, haciendo ritmos con sus palmas y pies, y para que sus amos no entendieran sus cantos de protesta, solo emitían gemidos y lamentos que eran lloriqueos y plegarias disfrazadas de cantos.

Esa es la razón de que los “soleares”, “seguiriyas”, “serranas”, “fandanguillos”, “martinetes”, “cañas”, “polos” y otros modos más, tienen auténtica afinidad con el cante folclórico Indo-Pakistaní.

En el año 711, Mohamed Ben Kassim conquistó Sindh (una Región de Pakistán), unos meses después de que Tarik Benzyed invadiese la Península Ibérica; uno y otro, mandados por el Califato de Damasco. El camino desde Andalucía a Sindh, a través de Damasco, estaba trazado. Músicos y artistas aprendieron el camino de ida y vuelta, a través del mundo musulmán, llevando cultura, a, y de los distintos pueblos árabes.

Bajo los reinados de los dos últimos "Felipe de Austria”, a los gitanos varones se les obligó a abandonar las gitanerías para enrolarse en los Tercios de Flandes (el ejército de Flandes), y de ahí se les comenzó a llamar “Flamencos”.

Finalmente dejé la danza flamenca por miles de razones, pero sigue siendo una de mis grandes pasiones. Más aun, sabiendo que no tiene nada que ver con la horrible práctica de la tauromaquia, aunque va de la mano equivocadamente con la matanza cruel de estos bellísimos animales.

Así que… ¡gente madura de 50 o más!, atrévanse a desafiar los mares de la danza. ¡Nunca es tarde! y siempre es muy apasionante comenzar, a pesar de nuestras cabecitas blancas.


 
 
 
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Isis Bobadilla   Estación de tren Murria©   2017  Todos los Derechos Reservados  INDAUTOR

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